Páginas

miércoles, 9 de marzo de 2011

Penumbra, de Animalario

El teatro es, en algunas ocasiones, una forma de indagar. Una forma de acercarse. Penumbra de Juan Mayorga y Juan Cavestany se acerca a lugares interiores. Corrientes subterráneas. O submarinas. Corrientes donde se mecen cataclismos, de esos que se sofocan pero siguen creciendo hasta que un día lo anegan todo. El espacio es un naufragio. El esqueleto de una casa. No sólo para poder ver lo que pasa dentro, sino porque un esqueleto cuenta. Raíz. Lugar al que se aferra nuestra carne. El esqueleto de la casa al que se aferran sueños y pesadillas. Pero también, lugar despojado, descarnado.
Sueño y pesadilla. Infancia. Miedos. Dolor. Corrientes subterráneas. Personajes buzos en el mundo de sus sueños. Penumbra.
Dice María Moliner “Sitio, hora o situación en la que casi no hay luz”. Arrojar luz sobre una zona de penumbra. Eso hacen los actores (Alberto San Juan, Nathalie Poza, Luis Bermejo, Guillerm Toledo), Andrés Lima, los autores. O más bien, asomarse, mirar, acercarse. Como al brocal de un pozo. Con peligro de caer.
Miedo de los bichos que se mueven en la oscuridad. Todos esos hormigueos, crujidos y susurros. Nuestros miedos, nuestros sueños, bichos de la oscuridad que vemos en Penumbra. Que es también la zona desde la cual se ven los eclipses parciales, un lugar desde donde ver la luz y la oscuridad, lo que ilumina y la sombra.


Después de ver la obra, hay imágenes, voces, palabras, que se agarran a ti con la fuerza obsesiva de algunos sueños. A lo mejor Penumbra es la orilla a donde van a parar, arrastrados por las olas, restos del naufragio que a veces somos todos.